Las cartas de Joseph Roth se pueden leer una tras otra, como si se tratara de la novela de su vida, la novela de uno de los más grandes narradores europeos del siglo pasado. Suplen en su intensidad e intimidad las memorias que nunca llegó a escribir, convirtiéndose así en el esbozo accidental de la biografía de un punzante panfletista, de un maestro de la prosa pequeña y de la mayor, de un filántropo resentido y de un humanista en lucha constante, así como de un gran psicólogo y novelista de especial calidad. Apenas se han conservado unas quinientas de las miles que Roth llegó a escribir a lo largo de sus cuarenta y cinco años de vida. De la colección formada por las numerosas cartas que escribiera, destaca la correspondencia con Stefan Zweig, no sólo por ser la más extensa, sino porque descubre una de las relaciones literarias y psicológicas más singulares y reveladoras entre dos escritores, la historia de una íntima afinidad intelectual. La mirada perspicaz de Roth y sus obsesiones hacen que las cartas, escritas de 1911 a 1939, tracen un cuadro único, entre lo personal y lo colectivo.
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A través del ejemplo de la familia Trota, vinculada al emperador Francisco José de manera casi legendaria, Joseph Roth describe la decadencia austrohúngara y las condiciones sociales de su país en el siglo XVIII. La novela narra la historia de tres generaciones: el fundador de la dinastía salva la vida al joven emperador durante la batalla de Solferino, su hijo se convierte en fiel servidor y funcionario del monarca y el nieto hará carrera en el ejército, abrumado por el peso de su apellido. La marcha Radetzky es uno de los grandes clásicos de la novela histórica y la que mejor ha reflejado la decadencia de un imperio.
Este volumen reúne una selección de los artículos que Joseph Roth dedicó al Berlín de los años veinte. En ellos el novelista y periodista recrea con mano maestra la peculiar atmósfera que reinaba en la capital alemana durante la República de Weimar. Ningún ambiente de la ciudad le es ajeno, se interesa tanto por los grandes almacenes, los parques públicos y la naciente industria del espectáculo como por los medios de transporte, los barrios pobres en los que vivían los inmigrantes judíos, los baños turcos y los garitos frecuentados por delincuentes de medio pelo. "Yo dibujo el rostro del tiempo" afirmó en una ocasión refiriéndose a su cometido como reportero. Nada más cierto: de la lectura de estos textos, en su gran mayoría inéditos en castellano, escritos entre 1920 y 1933 y publicados en distintos periódicos, emerge el poderoso retrato de una metrópoli inquieta y deslumbrante en uno de los momentos más críticos de su historia.
«Alemania está muerta. Para nosotros, está muerta ... Ha sido un sueño. ¡Véalo de una vez, por favor!». De esta manera se dirige Joseph Roth a su gran amigo Stefan Zweig, con quien mantuvo una singular y reveladora correspondencia que les permitió compartir intereses literarios, afinidades intelectuales, consejos personales y confesiones sentimentales. Roth, perspicaz y obsesivo, supo ver desde el principio el destino que le esperaba con el ascenso del nacionalsocialismo y se exilió, mientras que Zweig intentó denodadamente-y en vano-transigir, hasta convencerse de que debía emigrar. Esta colección de cartas no es sólo la crónica de un tiempo turbulento en que se impuso la barbarie, sino sobre todo el testimonio del extraordinario compromiso de dos grandes escritores europeos del siglo pasado con la razón y los valores del humanismo
El Anticristo
- 236 páginas
- 9 horas de lectura
En este ensayo, que se ha convertido en referencia obligada, Joseph Roth perfila el dibujo íntimo, no siempre exento de ironía, de los judíos del Este de Europa, un pueblo que a la sazón se convirtió, a través de sus dolorosas migraciones, en uno de los fermentos constitutivos de lo que hoy llamamos Occidente. Sobre este extraordinario libro, entre recuerdos de ciudades y fiestas, de rabinos milagrosos y casas de oración, entre imágenes del Este y de Viena, Berlín, París o Nueva York, flota la añoranza de un mundo, de una estructura religiosa perdida y también de una imagen de Europa que desapareció con la caída de los Habsburgo.
Lyon, Vienne, Tournon, Aviñón, Les Baux, Nimes, Arles, Tarascón, Beaucaire y Marsella son las ciudades blancas de Joseph Roth. El libro es la crónica de la realización de un sueño largamente acariciado, «a los treinta años —escribe el autor— pude ver por fin las ciudades blancas con las que soñara de niño». Pero es también mucho más que eso. Tratándose de Roth, Las ciudades blancas es un texto extrañamente optimista. Aunque la experiencia de la Gran Guerra extiende un velo de melancolía y desencanto sobre estas páginas, en ellas se nos ofrece una visión utópica del futuro de Europa. Viajando hacia atrás en el tiempo, remontándose a los días de esplendor de estas ciudades, Roth encontró la inspiración para imaginar una convivencia integradora y pacífica entre los pueblos, las creencias y las personas.
Desde sus primeros textos para la prensa, Joseph Roth nos muestra un extraordinario talento como reportero. El presente libro, compendio de sus mejores crónicas publicadas en 1919, traza un cautivador retrato de la ciudad de Viena después de la Gran Guerra. Como él mismo afirma: «Mirando estas terrazas abandonadas de la mano de Dios, a uno le viene casi involuntariamente a la memoria la comparación con unos sueños de paz jamás cumplidos, unas expectativas pasadas por agua y una situación internacional resfriada».
En Confesión de un asesino se nos narra a lo largo de una noche la historia de Golubtschik, hijo ilegítimo de un príncipe ruso y ex-agente de la Ojrana, la temible policía secreta de los zares. El auditorio, compuesto por los parroquianos del restaurante ruso Tari-Bari de París, escuchan atónitos frente a unas copas de licor, una confesión que es también una fábula sobre el Mal y su poder hipnótico de atrapar a sus víctimas en historias circulares y obsesivas que se estrechan inexorablemente como nudos corredizo.