Fernando Aramburu es reconocido como uno de los narradores más destacados de su generación. Su obra a menudo profundiza en temas como la memoria, la identidad y las relaciones humanas, explorando las complejidades del pasado y su impacto en el presente. Aramburu escribe con una perspicaz comprensión de la psique humana, creando mundos ricos y atmosféricos que atraen al lector. Su estilo se caracteriza por un lenguaje preciso y una habilidad para evocar profundas emociones y reflexiones.
Con la excusa de dar companía a un hombre solitario, culto y gran lector, un
joven acuerda citarse con él en torno a una botella de vino, y charlar sobre
los libros que deberían formar parte de cualquier biblioteca. El diálogo
permite algunas exposiciones sobre los autores, las obras, los personajes, y
todo cuanto acompana a los buenos libros. Al final, lo que iba a ser un canon
se convierte en una inteligente invitación a la vida, y también a los placeres
que ésta nos ofrece.
Clara, que ha recibido el encargo de escribir una guía personal de Alemania,
convence a su pareja para tomarse un periodo sabático y viajar juntos por el
norte del país. Para ella significa la oportunidad de rematar una obra
inspirada. Para él, en cambio, un extranjero que lleva pocos anos en el país,
será ocasión de unas vacaciones placenteras, con el solo inconveniente de
visitar museos... o librerías donde preguntar por el libro publicado de su
mujer. Pero por más que el recorrido y las actividades estén organizados al
germánico modo, enseguida surgen problemas: menores algunos, como las jaquecas
de ella o sus crisis de inspiración, que obligan a Clara a quedarse en el
hotel y a él a realizar el correspondiente reportaje; otros más graves, como
la irrupción de la familia alemana, o de algunos amigos de un ecologismo
radical, que proporcionarán al viaje sus momentos más hilarantes y más
enternecedores. La clave, como ya ha descubierto el lector, es que estamos
leyendo la crónica que él, que no es escritor, se ve obligado a redactar para
recoger todo aquello que la guía de su mujer ha obviado.
A finales de la década de los sesenta, el protagonista, un nino de ocho anos,
se va a San Sebastián a vivir con sus tíos. Allí es testigo de cómo
transcurren los días en la familia y el barrio: su tío Vicente, de carácter
débil, reparte su vida entre la fábrica y la taberna, y es su tía Maripuy,
mujer de fuerte personalidad pero sometida a las convenciones sociales y
religiosas de la época, quien en realidad gobierna la familia; su prima Mari
Nieves vive obsesionada por los chicos, y el hosco y taciturno primo Julen es
adoctrinado por el cura de la parroquia para acabar enrolado en una incipiente
ETA. El destino de todos ellos –que es el de tantos personajes secundarios de
la Historia, arrinconados entre la necesidad y la ignorancia– sufrirá, anos
después, un quiebro. Alternando las memorias del protagonista con los apuntes
del escritor, Anos lentos ofrece además una brillante reflexión sobre cómo la
vida se destila en una novela, cómo se trasvasa el recuerdo sentimental en
memoria colectiva, mientras su escritura diáfana deja ver un fondo turbio de
culpa en la historia reciente del País Vasco.
Es difícil empezar a leer las historias en principio modestas, de una enganosa
sencillez de Los peces de la amargura, y no sentirse conmovido, sacudido –a
veces, indignado– por la verdad humana de que están hechas, una materia
extremadamente dolorosa para tantas y tantas víctimas del crimen basado en la
excusa política, pero que sólo un narrador excepcional como Aramburu logra
contar de manera verídica y creíble. Un padre se aferra a sus rutinas y
aficiones, como cuidar los peces, para sobrellevar el trastorno de una hija
hospitalizada e inválida; un matrimonio, fastidiado por el hostigamiento de
los fanáticos contra un vecino, esperan y desean que éste se vaya de una vez;
un joven recuerda a su companero de juegos, que luego lo será de atentados;
una mujer resiste cuanto puede los asedios y amenazas antes que marcharse... A
manera de crónicas o reportajes, de testimonios en primera persona, de cartas
o relatos contados a los hijos, Los peces de la amargura recoge fragmentos de
vidas en las que sin dramatismo aparente, de manera indirecta o inesperada –es
decir eficaz–, asoma la emoción y, con ella, la denuncia y el homenaje.