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Miguel Sánchez-Ostiz

    Idas y venidas
    Sin tiempo que perder
    Cándido
    • 2012

      «¿Un dietario?... Otro más. Para mí un dietario no es un diario privado (excluyo la expresión “íntimo”), sino un texto basado en lo cotidiano, sí, pero preparado para la publicación. Y esa intención lo cambia todo, como he escrito en otros lugares. Y este blog ha sido una especie de taller o de mesa de borradores, eso no puedo ocultarlo. Pienso que el título, Idas y venidas, se acomoda bien al contenido, porque eso son: vagabundeos entre un viaje y otro, entre un paisaje y otro no por fuerza lejanos: las calles de Dublín y las montañas de Baztán, la encrucijada de Madrid y la cuadrícula de Pamplona, lo más cercano e inmediato y lo alejado, en la geografía y en el tiempo de la vida hecha escorredura... deriva de los días del año 2009 y 2010, climatologías adversas y días luminosos, maletamso2cosas vistas, libros leídos, cachivacherías, jirones de memoria, soliloquios, rumias y respuestas a bote pronto ante esos acontecimientos cotidianos que nos zarandean de manera ineludible... un dietario, otro más.»

      Idas y venidas
    • 2009

      Sin tiempo que perder

      • 339 páginas
      • 12 horas de lectura

      Las mudanzas y los cambios en nuestro paisaje cotidiano son una buena ocasión para reparar en que tal vez no sea más tarde de lo que pensamos, pero sí que en los negocios del vivir no hay tiempo que perder. Con paisaje del alma o sin él, con casa de la vida o sin ella, el camino nos espera, la intensidad del vivir no admite tregua. En estas páginas desfilan/pasan, los días invernales de Bucarest, una ciudad entre oriente y occidente, con nieve en las calles y bandadas de cornejas en el cielo de sus atardeceres; bisericas oscuras, casinos, ruinas, sinagogas y cementerios recónditos. Y tras las calles de Mircea Eliade, Sebastian y Manea, las de Valparaíso, esa ciudad que inventó, dicen, Pablo Neruda; el puerto de los personajes de Salvador Reyes, del cineasta Raúl Ruiz, de Aldo Francia y Joris Ivens, la niebla y el mugido de las sirenas de los buques; y al cabo de sus escaleras interminables las huellas de las botas de Robert Louis Stevenson, en su vitrina del museo de Edimburgo, la ciudad de la que salieron sus ladrones de cadáveres, su doctor Jeckyll y su mister Hyde, y en la que también echó a andar el doctor Watson, tras los pasos de Sherlock Holmes. Estas páginas dan cuenta de mudanzas, viajes, de escenarios de pasiones literarias y no literarias, pesquisas, hallazgos, encuentros intensos. Un recuento de cosas vistas y de episodios vividos con la guía de que aquello que concierne a la intensidad de la propia vida, no admiten aplazamientos.

      Sin tiempo que perder
    • 1999

      Cándido

      • 95 páginas
      • 4 horas de lectura
      Cándido